Mi madre tiene alma de artesana. Desde niña.
Su abuela le enseñó a bordar cuando tenía 7 años para ver si conseguía que se estuviese un rato quietecita. No sólo lo consiguió si no que lleva sin soltar la aguja desde entonces.
La recuerdo con una labor en las manos desde que tengo memoria.
Una tarde de invierno, cuando yo tenía 6 años y una buena varicela, me enseñó a hacer ganchillo. Me pasé toda la enfermedad haciendo cadenetas y puntos altos.
Y después del ganchillo fue el punto de cruz, algo de bordado y algún que otro punto de costura.
Pero yo no seguí su camino. Llegó un momento en el que cada vez que ella quería enseñarme algo o me invita a comenzar algún trabajo yo prefería salir con la excusa de: “es más fácil comprarlo hecho”
Afortunadamente ella nunca desistió. Siempre volvía a insistir con más o menos suerte.
Su pasión siempre permaneció intacta.
Un día, esa energía que la envolvía en su trabajo, se me había metido dentro. Sin darme cuenta.
No me faltaba razón cuando pensaba que era mucho más fácil comprarlo ya hecho pero no había comprendido que las cosas hechas a mano, artesanalmente, están impregnadas de la sabiduría, el tiempo y el alma que le pone un artesano cuando las hace.
No puedo dejar de dar las gracias a mi madre, mi maestra, por haberme transmitido su saber y su energía.
Esta es nuestra historia, igual que la de la mayoría de artesanos, seguro.
Esta tienda va por ti MAMÁ, porque simplemente TE LO MERECES.